21 de mayo de 2010

Un hermoso lugar



Siempre me ha gustado viajar y conocer lugares nuevos, esto porque me agrada llenar de nuevas imágenes mi siempre laboriosa y ocupada cabeza, acabando así con los problemas y la monotonía que intenta envolverme de vez en cuando.

Me gusta, por ejemplo, caminar y disfrutar de desconocidos paisajes excentos de toda urbanidad, mientras que en otros momentos, dependiendo ya de mi estado anímico, suelo maravillarme con ocultos barrios capitalinos poseedores de antiguas y coloniales fachadas, las que se esconden de la vista indiferente de la gran masa que deambula ensimismada por las arterias del gran Santiago. No obstante, en el último tiempo he comenzado, extrañamente, a visitar de forma reiterada un mismo y único lugar, rompiendo así con mi antigua y peculiar manía. Y es que este lugar me ha cautivado de tal forma que hoy en día me siento instado a visitarlo y recorrerlo una y otra vez, sin cansarme ni aburrirme de hacerlo.

Realmente no entiendo muy bien cómo comenzó este gusto que me ha alejado de mi antigua rutina, pero desde que lo vi aquella primera vez, quedé absolutamente embelesado, tanto que lo único que sí sé es que ese lugar simple y llanamente... me gusta.

Me gusta detenerme y contemplar minuciosamente esos encantadores parajes; me gusta admirar boquiabierto aquellas brillantes estrellas que observan risueñas lo que ocurre bajo ellas; me gusta surcar pausadamente aquellas curvas, altos y bajos que componen esa hermosa geografía; y me gusta sentir el embriagador aroma proveniente de esos secretos, íntimos y vírgenes campos. El lugar no tiene otro apelativo que el de hermoso.

En la actualidad, no ha dejado de estar en mi mente aquel hermoso lugar. No dejo de querer visitarlo, es más, he llegado, en ocasiones, a extrañarlo incluso después de haberlo dejado sólo unos minutos antes.

Algo me dice que aquel espectáculo que atrapa mis sentidos de seguro me tendrá fascinado por un largo tiempo.


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