Recorría la habitación mirando cada mesa que se le cruzaba. En todas ellas habían rostros pensativos, ensimismados, abstraidos producto de un trozo de papel que los interrogaba sin miramiento alguno. Él ya no podía hacer nada salvo seguir caminando, esperando, casi deseando, que estos obtuvieran el resultado por el cual tanto habían trabajado.
El aire se puso denso de pronto. Él, que ya estaba cansado de caminar por entre las mesas, se acercó a una de las ventanas de la habitación para abrirla y así permitir el ingreso de oxígeno que de seguro ayudaría a estas pobres promesas a pensar menor. Luego de esto, se acercó a una silla que le pertenecía y se sentó en ella para así poder descansar de los largos minutos de caminata en círculo que había realizado dentro del salón. Allí, sentado, se puso a observar nuevamente las caras de estas jóvenes lumbreras. Su imaginación, entonces, comenzó a funcionar.
Con su mente comenzó a cambiarle el rostro y apariencia a cada uno de los jóvenes que estaban frente a él, intercambiándolos por nuevas personas constantemente. Esto ocurría mientras que, a su vez, iba envejeciendo cada mesa, cada ventana, cada cortina y cada muro de la habitación. Durante decenas de otoños, inviernos y primaveras, cientos, quizás miles, fueron los rostros que pasaron frente a sus ojos una y otra vez mientras que él se imaginaba realizando siempre la misma caminata por entre las mesas, siempre deseándoles a estos lo mejor. El ruído de un lápiz estrellándose contra el piso lo sacó de improviso de su imaginario futurista.
El reemplazante sacudió un poco su cabeza para volver completamente a la sala de clases. Vió cerca de sí el lápiz que lo había traído de regreso a la habitación en donde él estaba tomando el examen final. Tomó aquel lápiz, se acercó al alumno al que se le había caído y se lo entregó en las manos. El alumno lo miró con una sonrisa de agradecimiento mientras recibía el lápiz que había perdido. Fue ahí, en ese momento, que él sonrió también, no en respuesta a la sonrisa del alumno, sino porque se dio cuenta que podría hacer esto felizmente una y otra vez por el resto de su vida.
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