18 de abril de 2010

Sin palabras ni verbos


Estaba yo afuera contemplándote como lo he estado haciendo últimamente cuando de pronto, con una sonrisa en el rostro, me ofreciste entrar en tu jardín, en ese mismo bello y privado paraje que nadie salvo tú conocías. Sonreí enormemente al oírte, no obstante, por unos segundos, dudé de tu invitación, mas, al mirar tu rostro, observé en tus ojos que de verdad deseabas que entrara y conociera aquel lugar, tu lugar. 

Así, tras titubear, me dirigí nervioso, y a la vez ansioso, a conocer este sitio que para ti era tan íntimo y que para mí era tan sagrado.

Admiración, deleite, júbilo... carezco de palabras y verbos para describir lo que sentí al momento de recorrer tu paraíso. Y es que fue tan hermosa la vista, tan exquisitos los aromas, tan suave la vegetación, tan dulces y deliciosos los frutos...

...

Uff...

...

Heme aquí, tras largo rato de haber dejado tu jardín, intentando forzar al extremo mis sentidos para no permitirme olvidar. Y es que mi corazón desea que los recuerdos se abracen a mi mente, no quiere que escapen, no quiere que mi piel, vista, gusto y olfato dejen de percibir lo que hallaron ayer en aquel puro y maravilloso edén.


No hay comentarios:

Publicar un comentario