18 de abril de 2010

Sin palabras ni verbos


Estaba yo afuera contemplándote como lo he estado haciendo últimamente cuando de pronto, con una sonrisa en el rostro, me ofreciste entrar en tu jardín, en ese mismo bello y privado paraje que nadie salvo tú conocías. Sonreí enormemente al oírte, no obstante, por unos segundos, dudé de tu invitación, mas, al mirar tu rostro, observé en tus ojos que de verdad deseabas que entrara y conociera aquel lugar, tu lugar. 

Así, tras titubear, me dirigí nervioso, y a la vez ansioso, a conocer este sitio que para ti era tan íntimo y que para mí era tan sagrado.

Admiración, deleite, júbilo... carezco de palabras y verbos para describir lo que sentí al momento de recorrer tu paraíso. Y es que fue tan hermosa la vista, tan exquisitos los aromas, tan suave la vegetación, tan dulces y deliciosos los frutos...

...

Uff...

...

Heme aquí, tras largo rato de haber dejado tu jardín, intentando forzar al extremo mis sentidos para no permitirme olvidar. Y es que mi corazón desea que los recuerdos se abracen a mi mente, no quiere que escapen, no quiere que mi piel, vista, gusto y olfato dejen de percibir lo que hallaron ayer en aquel puro y maravilloso edén.


16 de abril de 2010

Imaginario futurista


Recorría la habitación mirando cada mesa que se le cruzaba. En todas ellas habían rostros pensativos, ensimismados, abstraidos producto de un trozo de papel que los interrogaba sin miramiento alguno. Él ya no podía hacer nada salvo seguir caminando, esperando, casi deseando, que estos obtuvieran el resultado por el cual tanto habían trabajado. 

El aire se puso denso de pronto. Él, que ya estaba cansado de caminar por entre las mesas, se acercó a una de las ventanas de la habitación para abrirla y así permitir el ingreso de oxígeno que de seguro ayudaría a estas pobres promesas a pensar menor. Luego de esto, se acercó a una silla que le pertenecía y se sentó en ella para así poder descansar de los largos minutos de caminata en círculo que había realizado dentro del salón. Allí, sentado, se puso a observar nuevamente las caras de estas jóvenes lumbreras. Su imaginación, entonces, comenzó a funcionar. 

Con su mente comenzó  a cambiarle el rostro y apariencia a cada uno de los jóvenes que estaban frente a él, intercambiándolos por nuevas personas constantemente. Esto ocurría mientras que, a su vez, iba envejeciendo cada mesa, cada ventana, cada cortina y cada muro de la habitación. Durante decenas de otoños, inviernos y primaveras, cientos, quizás miles, fueron los rostros que pasaron frente a sus ojos una y otra vez mientras que él se imaginaba realizando siempre la misma caminata por entre las mesas, siempre deseándoles a estos lo mejor. El ruído de un lápiz estrellándose contra el piso lo sacó de improviso de su imaginario futurista. 

El reemplazante sacudió un poco su cabeza para volver completamente a la sala de clases.  Vió cerca de sí el lápiz que lo había traído de regreso a la habitación en donde él estaba tomando el examen final. Tomó aquel lápiz, se acercó al alumno al que se le había caído y se lo entregó en las manos. El alumno lo miró con una sonrisa de agradecimiento mientras recibía el lápiz que había perdido. Fue ahí, en ese momento, que él sonrió también, no en respuesta a la sonrisa del alumno, sino porque se dio cuenta que podría hacer esto felizmente una y otra vez por el resto de su vida.

10 de abril de 2010

Musimetría


Hay momentos en el transcurso de la vida cotidiana que duran únicamente lo que perdura un solo de guitarra; otros, en tanto, pueden durar un poco más, alcanzando incluso la extensión de una canción completa. Mientras, en el menor de los casos, hay momentos que pueden durar incluso un disco completo. 


Que bueno que éste duró dos discos seguidos... y un poco más.


7 de abril de 2010

Cambio de costumbres



¿Acordarme de quien no me recuerda?, ¿creer en lo que me dicen mientras veo lo contrario en sus acciones?, ¿anteponer siempre al resto antes que a mí a cambio de nada?, ¿confiar en el "nunca más"?... Hace rato que ya no le hago a eso y pucha que me hace sentir bien, porque, simplemente, ya no me dañan.

Sombras... sombra


¡Qué bien se ve!... Qué bien se ve observar como dos sombras pueden volverse una sobre los pastos del parque.

4 de abril de 2010

Bábilon



Entré en un lugar oscuro, con un ambiente que mi piel percibió, al primer instante, como pesado y repelente. Caminé un par de metros y un tipo me impedía seguir avanzando por aquel lugar con olor a podrido; y es que él no me dejaría continuar a menos que le diese lo que me pedía en aquel instante. De inmediato, saqué de mi bolsillo trasero un papel que él recibió con las manos extendidas, me observó de pies a cabeza y, luego de esto, me dio la bienvenida mientras abría una extraña puerta hacia algún otro sitio que yo tampoco conocía.

No sabía lo que me esperaba al otro lado del umbral, por esta razón decidí dar el paso que hizo cruzar el resto de mi cuerpo por aquella puerta. Lo que vi al entrar sólo puede describirse como algo mágico.

Luces de colores flotaban en forma de humo dentro de la gran habitación, mientras decenas de personas cubiertas de cuero y alcohol recorrían el lugar de un lado para el otro, siempre al ritmo de distintas y múltiples canciones que los hacían portar sonrisas en sus rostros. Frente a esta multitud, se podían ver imágenes del pasado, como si hubiese llegado no sólo a un mundo nuevo, sino también a un mundo propio de otro tiempo.

La primera imagen que acaparó mis ojos fue la de una mujer hecha de rock y blues que estaba de pie frente a ellos, haciéndome recordar, al verla, pasajes de un ahora lejano 1960. En otra tarima, no muy lejos de ella, se veia a un joven delgado, de lentes oscuros y grandes, que jugaba moviendo su cuerpo al ritmo de la música, haciendo creer, con sus gestos psicodélicos, que jamás conocería a la Muerte. Por último, sobre un disco sostenido por aplausos, un tipo moreno de abundante cabellera, cubierto por una chaqueta y guitarra color marfil, tocaba sin sus dedos el instrumento para el cual había nacido.

Me encontraba totalmente maravillado ante este particular espectáculo, mi atención y mis nervios  estaban subyugados a lo que mis sentidos percibian a mi alrededor, todo era un frenesí y eso me agradaba enormemente. De pronto, vi caer lentamente desde el techo un extraño líquido que cubrió de un hediondo amarillo un impecable tapiz purpura, sobre el cual muchas personas estaban danzando felices y descontroladas. Entonces, sin aviso alguno, la música, el humo y los colores desaparecieron.

La gente comenzó a caminar carisbaja hacia los muros, para retirarse por puertas que yo jamás logré ver. Un grupo de personas que pasó junto a mí buscaban un dirijible en el cual poder retirarse del recinto, mas nunca supe si llegó a buscarlos aquella nave salvadora.

Así, al verme solo en el lugar, decidí que también era hora de marcharme. Todo había acabado. Ya tenía que irme, tenía que dejar, a mi pesar, la fantástica habitación, tenía que abandonar sin demora alguna lo que esa noche conocí como Bábilon.

1 de abril de 2010

La paloma y la muerte



Y sólo pude quedarme sentado observando, sin poder mover siquiera un músculo. Y es que allí estaba yo, sentado, viendo cómo aquella paloma moría frente a la banca de aquella plazoleta, producto de la edad o quizás de alguna herida que no lograba divisar a la distancia.

Fue entonces cuando pensé, tras ver el último aleteo de esa paloma gris, como, en ocasiones, no podemos hacer nada para evitar la muerte de alguien... o de algo.