Entré en un lugar oscuro, con un ambiente que mi piel percibió, al primer instante, como pesado y repelente. Caminé un par de metros y un tipo me impedía seguir avanzando por aquel lugar con olor a podrido; y es que él no me dejaría continuar a menos que le diese lo que me pedía en aquel instante. De inmediato, saqué de mi bolsillo trasero un papel que él recibió con las manos extendidas, me observó de pies a cabeza y, luego de esto, me dio la bienvenida mientras abría una extraña puerta hacia algún otro sitio que yo tampoco conocía.
No sabía lo que me esperaba al otro lado del umbral, por esta razón decidí dar el paso que hizo cruzar el resto de mi cuerpo por aquella puerta. Lo que vi al entrar sólo puede describirse como algo mágico.
Luces de colores flotaban en forma de humo dentro de la gran habitación, mientras decenas de personas cubiertas de cuero y alcohol recorrían el lugar de un lado para el otro, siempre al ritmo de distintas y múltiples canciones que los hacían portar sonrisas en sus rostros. Frente a esta multitud, se podían ver imágenes del pasado, como si hubiese llegado no sólo a un mundo nuevo, sino también a un mundo propio de otro tiempo.
La primera imagen que acaparó mis ojos fue la de una mujer hecha de rock y blues que estaba de pie frente a ellos, haciéndome recordar, al verla, pasajes de un ahora lejano 1960. En otra tarima, no muy lejos de ella, se veia a un joven delgado, de lentes oscuros y grandes, que jugaba moviendo su cuerpo al ritmo de la música, haciendo creer, con sus gestos psicodélicos, que jamás conocería a la Muerte. Por último, sobre un disco sostenido por aplausos, un tipo moreno de abundante cabellera, cubierto por una chaqueta y guitarra color marfil, tocaba sin sus dedos el instrumento para el cual había nacido.
Me encontraba totalmente maravillado ante este particular espectáculo, mi atención y mis nervios estaban subyugados a lo que mis sentidos percibian a mi alrededor, todo era un frenesí y eso me agradaba enormemente. De pronto, vi caer lentamente desde el techo un extraño líquido que cubrió de un hediondo amarillo un impecable tapiz purpura, sobre el cual muchas personas estaban danzando felices y descontroladas. Entonces, sin aviso alguno, la música, el humo y los colores desaparecieron.
La gente comenzó a caminar carisbaja hacia los muros, para retirarse por puertas que yo jamás logré ver. Un grupo de personas que pasó junto a mí buscaban un dirijible en el cual poder retirarse del recinto, mas nunca supe si llegó a buscarlos aquella nave salvadora.
Así, al verme solo en el lugar, decidí que también era hora de marcharme. Todo había acabado. Ya tenía que irme, tenía que dejar, a mi pesar, la fantástica habitación, tenía que abandonar sin demora alguna lo que esa noche conocí como Bábilon.