9 de marzo de 2010

Origamis



La vida vale mierda, no tiene sentido, no hay nada por lo que ansiar respirar, nada que me haga querer despertar.

Pensamientos así invadían mi mente mientras viajaba a alguna parte sentado en el suelo de aquel tren. De pronto, al levantar la vista que ya llevaba varíos minutos puesta en algún punto del infinito, me percato de la existencia de un viejo que estaba de pie frente a mí. Lo observé un segundo y vi que era un anciano que se encontraba jugando con un papel de color verde, la verdad es que a pesar de la sorpresa no le presté mayor atención en ese momento.

Continué carcomiendo mi tiempo con ideas podridas cuando, por alguna extraña razón, levanté nuevamente mi vista. Entonces vi que allí, frente a mí, seguía de pie aquel viejo del papel verde, pero éste ya no tenía un papel, sino que ahora ostentaba un pequeño pajaro de color verde. Curioso, vi como aquel viejo le entregó el ave de papel a un pequeño niño que se encontraba llorando por alguna causa que por mi distracción no conocía. El niño recibió entre sus manos el ave color esperanza y éste no tardó en dibujar una sonrisa en su rostro bañado de lágrimas; el viejo, por su parte, no tardó en responderle con una sonrisa aún más radiante que la del niño.

Quedé admirado al ver la sonrisa de aquel hombre anciano, de casi ochenta y tantos, que tras entregar el origami volvió a su lugar frente a mí, desde donde me miró, sonrió y sacó un nuevo papel color verde con el cual comenzaría a crear algún otro animal esperanzador que al parecer sería para mí. Uff... que equivocado estaba hace unos minutos atrás.

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Mis agradecimientos a la niña que me regaló el día anterior el cuaderno en donde pude guardar este relato. Gracias, Ni.


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