3 de noviembre de 2009

Deseo


Y la gente podía notar que en sus ojos relucía un ser oculto y subterfugiano. En ellos se podía observar como una criatura prisionera de la moralidad intentaba salir por cualquiera de las dos cuencas que se hallaban enrojecidas por el prolongado esfuerzo de retenerlo.

Era un ser lujurioso, apasionado, amante del pecado y ansioso de libertad. Los atónitos invitados sólo eran capaces de ver cómo algo intentaba escapar de aquel tranquilo muchacho. Observaban estupefactos cómo por entre las pupilas del joven se asomaban lentamente unas manos deseosas de la piel femenina, mientras unos largos dedos sedientos de aquel tacto dulce y delicado excavaban infructuosamente las córneas del pobre muchacho. Hasta que, exhausto por tan agónica y prolongada custodia, el chico no logro resistir por más tiempo la incesante huida de este incontrolable demonio interno.

Frente al público de tan sanguinolento espectáculo, surge un extraño ser de perfecta apariencia. Los hombres huyen despavoridos de tan solo verlo allí erguido, mientras que las mujeres de la fiesta se acercan a él, como atraídas por un obsceno, cautivador e irrefrenable encanto que les eriza cada cabello de su exquisita piel.

El demonio sabía que ya nadie podría detenerlo, ni aquel que reposa sin vida sobre el concreto ni los fuertes valores sociales que alguna vez lo mantuvieron encerrado sin posibilidad de ver la luz de la luna. Ahora él estaba suelto, sabía que ya estaba libre de acariciar, sin restricción alguna, a aquellas doncellas que cayeron rendidas ante sus ojos profundos y perturbadores, estaba libre de atraer a las jóvenes hacia un mundo de sensaciones indescriptiblemente placenteras, libre de hacer sucumbir a todas las muchachas en sus lujuriosos, extravagantes y ardientes juegos nocturnos, estaba libre... libre de dominarlas bajo el yugo de la instintiva pasión carnal.

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